El regreso de SUICIDE

Los fantasmas de Nueva York regresan como antes nunca y los medios pregonan una escena nueva a cargo de una joven generación que rescata al sonido de la gran manzana del olvido. Sea garage punk, tecnopop o simple afición por el estruendo vanguardista de la experimentación, las bases de la ciudad aún se cimbren tras los ataques del 11 de Septiembre del 2001. Y en ese contexto reaparece Suicide, el dúo que Alan Vega y Martin Rev crearon a inicios de los setenta, prototipo del dúo electrónico pop (cantante al frente y segundo integrante con teclados al fondo) y que muchos otros siguen emulando hasta hoy en día (Soft Cell, Pet Shop Boys, Erasure y Fischerspooner).

Sin embargo, ser innovadores de una estética no antes vista en el escenario, que ahora es tan común como ver a alguien “tocar” en vivo con una computadora portátil, tuvo sus bemoles. La irritación que provocaba Suicide al presentarse en un escenario era tanta que más de una vez incitaron motines y trifulcas en los primeros minutos de sus conciertos. En una época dominada por los manierismos y grandilocuencias del rock, la sobria aparición de dos tipos vestidos de cuero negro, con gafas oscuras y armados únicamente con un micrófono y un barato teclado (no guitarras y no batería) era suficiente para provocar la más hostil reacción del público, fueran cinco o cientos, como lo experimentaron en sus primeras apariciones y consecuentes giras mundiales con The Clash y The Cars a finales de los setenta.

En muchos casos, la provocación venía del mismo Alan Vega que, con su burda imitación de un Elvis Presley ácido y demente, dirigía su fuerza física en contra de la audiencia. Más que una performa o una simple confrontación para contrariar la docilidad del rock de los setenta, Vega y Rev intentaban redefinir la tradición del rock americano. Inspirados en el rockabilly de Presley, la presencia eufórica de The Stooges, la actitud cool de The Velvet Undergound y la sonoridad bombástica de unos MC5, Suicide filtraron lo anterior con una simple pieza de tecnología analógica, creando impresionantes sonidos que lograron hacer eco en la revolución industrial electrónica de los ochenta (Einsturzende Neubaten) y en el estruendo visceral de una banda como Pan Sonic.

La poetisa Patti Smith sugirió que el rock resultaba de la suma de arte + electricidad, y Suicide llevaron lo anterior hasta el máximo extremo, encontrando resonancia en otros parias de su generación que les adoraron hasta más no poder. Bruce Springteen siempre cierra sus conciertos con un cover de Dream Baby Dream, Ric Ocasek de The Cars les produjo dos de sus discos, Joe Strummer (el recién finado vocalista de The Clash) también les cobijó y los llevó por Europa, Elvis Costello incansablemente intentó convencer a su público que Suicide eran la neta y en un concierto que dieron en Sheffield en 1977, Suicide inspiró a una nueva generación de artistas electrónicos (entre ellos Cabaret Voltaire, The Human League y ABC). Sin duda la repercusión que Suicide tiene sobre la música electrónica, más que superficial, llega hasta el interior de sus huesos, creando el arquetipo y forma de lo que generalmente se tiene en mente cuando pensamos en lo que debe ser grupo o dúo electrónico.

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Las motivaciones de Suicide siempre fueron aquellas que tuvieran que ver con el enfrentamiento de preceptos establecidos, y en ese sentido su forma de hacer las cosas permanece intacta hasta hoy. Y tomando en cuenta el giro que Estados Unidos tuvo tras los atentados del 11 de Septiembre, la motivación política de Suicide sigue presente en su recién editado quinto álbum, American Supreme (Mute / Blast First), después de una ausencia de diez años tras su anterior disco en 1992. Su nuevo disco es una crítica desgarradora hacia el imperio americano, y tan solo por eso, Suicide se llevan el mayor mérito artístico al ser posiblemente uno de los pocos artistas (si no el único) que se han atrevido a criticar la reciente política y cultura de los EUA. Empezando por una grisácea bandera estadounidense que adorna la portada de su álbum, un fantasma más que se desvanece: ¿la libertad ó el american way of life que se corrompe día a día más?.

“La portada conecta con nosotros de muchas maneras”, dice Vega en una reciente entrevista, “pudieran ser las banderas del ataque del 11 de Septiembre cubiertas de la ceniza gris que estaba por toda la ciudad. Pudiera ser el blanco (de nos rendimos!) o un comentario acerca del arte contemporáneo americano, tu sabes, esa referencia que Jasper Johns hace en torno a donde nos encontramos en este momento como nación, de lo que hablo en la letra y título de American Supreme. Si, hemos puesto el dedo directamente en la yaga”. Y de lo que Vega habla en el disco, como un lunático sacerdote poseído por Elvis Presley, es de eso, de cómo el resto del mundo habla inglés con acento norteamericano, de cómo se combate la guerra en contra del terrorismo, de cómo todos usan cachuchas marca Nike, de cómo muchos ahora revelan sus sentimientos en la televisión, de cómo la libertad es sinónimo de economía, de cómo el Cristianismo se convierte en extrema derecha, de cómo la gula es un pasatiempo, de cómo la ignorancia es iluminadora, de cómo la creatividad se diluye con las leyes del mercado libre y de cómo la presidencia de un gran país es el negocio de las grandes corporaciones. Tu sabes, lo mismo que Suicide ha cantado por años.

Si bien, American Supreme, musicalmente no rompe ninguna barrera ni eleva el estándar de producción de Suicide, por lo menos logra amplificar superficialmente las proezas de su pasado. Un poco de electro, en donde funcionan mejor los temas de este disco, y bastantes elementos (como el funk, hip hop y dance) que adornan la mayoría de los once cortes. No se trata de las obras maestras de sus primeros dos discos (editados en 1977 y 1980 respectivamente), ni mucho menos de una nueva etapa musical para Vega y Rev, pero si un digno recordatorio que reivindica la carrera de uno de los grupos malditos más importantes de los últimos 30 años.

Publicado en la revista Pulsadélica en febrero del 2003.


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