Por Rafa Dro
Antier fui al estreno de Basura (Guerrero Negro, 2013), el documental de Carlos Matsuo sobre la banda tijuanense San Pedro El Cortez que intuimos, aunque no tenga esa intención. va a ofender y lastimar a más de alguno. Y, aclaro, no me estoy refiriendo al lenguaje empleado o el uso explícito y reiterativo de sustancias no legales en pantalla.
Veamos, ¿de qué se trata Basura? Es el relato del devenir de una banda intensa a punto de hacer implosión; un acercamiento crítico a las escenas musicales traslocales que evidencia no sólo sus posibilidades sino también sus desigualdades y asimetrías; un crudo manifiesto de resistencia frente a la precarización de los jóvenes y a su obsolescencia programada en un sistema que los engulle y desecha casi al mismo tiempo; la historiografía visual de la inevitable cooptación de cualquier intento de diferenciación y distinción dentro del supermercado de tendencias & lifestyles; o, una denuncia a ese discurso neo-colonial encubierto en un contexto alternativo? Maybe.
Un crudo manifiesto de resistencia frente a la precarización de los jóvenes y a su obsolescencia programada en un sistema que los engulle y desecha casi al mismo tiempo.
También puede ser visto como una discusión in situ de las teorías recientes sobre la frontera y sus dinámicas/problemáticas sociales o una mirada contingente que renegocia desde adentro las múltiples Tijuana que aparecen opacas/obscurecidas en el zoom oficial, mainstream y alternativo hegemónico de la city. Un discurso paralelo recorre todo el documental: el caos y confusión personal al caer(se) todo aquello que nos daba seguridad y esa imposibilidad de entender eso que nos hace ruido desde un Ahora, eco del “No future” sexpistolero. Todos, aunque no queramos reconocerlo o nos resistamos a ello, en la fluidez de la sociedad contemporánea somos cómplices y testigos (Dardin Coria dixit) de lo que consideramos la autodestrucción del otro que, al contrario de lo que ocurre con la perdiction (sic) de sujetos que vemos con distancia televisiva o a un clic de distancia, nos queda muy cerca y nos pega duro en lo emocional-afectivo porque podríamos ser nosotros (o lo somos, sin ser capaces de reconocerlo/reconocernos). Lo de épater le bourgeois sigue siendo una tarea fácil y harto satisfactoria.
“No es la retórica tremendista, es el impulso primario… lo suyo son dirty still de la vida diaria” escribí en el 2010 acerca de San Pedro El Cortez, ahora mismo podría extender eso al documental. Uno no puede esperar menos si aparece una calca de GG Allin en el teaser, pals. Sin caer en la romantización apologética de los beautiful loser ni en la diatriba moralina o radical al uso, Matsuo muestra con toda su crudeza y sin esconder esos aspectos controvertidos a una banda sui generis, pero al mismo tiempo modélica para entender la difícil transición entre momentos históricos y sus expectativas socio-económicas y culturales. San Pedro El Cortez es eso que se muestra y lo que se intuye, un grupo que cabalga directo al abismo porque no tienen nada que perder ya pero que, contra todo pronóstico, ha tenido un éxito palpable y/o mediático en lo que hace. Son claros herederos del malditismo de los New York Dolls y de escenificación del desmadre de los Black Lips; son un conjunto de individualidades tan carismáticas como conflictivas que nos enuncian y anuncian los nuevos viejos problemas de la condición humana sin pudor ni restricción alguna.
El retrato de la escena a la que pertenece o es insertada la banda también nos arroja luz sobre algunas diferencias y disputas entre participantes y de los roles asumidos por los mismos: desde una lucha por la revalorización del trabajo artístico en lo económico a esa reflexión implícita sobre la falta de infraestructura que permita el crecimiento y supervivencia de la escena creativa independiente, de la desilusión por la falta de reconocimiento en y desde la city a una curiosa vuelta a esa necesidad de abandonar TJ para crecer o consolidarse en círculos artísticos más amplios (idea que, por cierto, ayudó a romper en los años ochenta alguien como Luis Humberto Crosthwaite).
Basura de luxe, pals.